En los últimos días, hablando con un par de amigos, he recordado la única vez en mi vida que me han remendado en un quirófano. Os pongo en antecedentes.
Erase una vez un dedo gordo del pie izquierdo que decidió engordar. Una uña mal cortada se cruzó en su camino, la uña resentida al crecer decidió que una buena forma de enseñar una lección era clavarse en la carne que la rodeaba. El dedo se puso con obesidad mórbida y de un color como si le hubieran dicho un par de piropos ruborizantes. Además que el roce de una pluma
provoca las más altas cotas de dolor. Yo como soy todo un machote y le tengo un miedo atroz a los médicos evité en lo posible dar muestras de dolor, así que iba llorando por las esquinas. Pero llegó el día en que andaba como Charlotte solo apoyando el talón y mi dolor solo podía pasar desapercibo ante un gato de escayola.
El médico de cabecera dijo que eso era un uñero y me mando a un sitio donde me harían una pequeña operación.
Llegó el día de la operación, yo no tenía un dedo tenía un botijo lleno de… bueno de lo que se llenan las heridas infectadas (que no quiero ser escatológico). La sala de espera era un poema, comparándola con una sala de espera de un dentista esta última sería una fiesta rave. Entró una chica y al poco rato salió andando prácticamente normal, con la cara blanca como el yeso pero andando. Eso me tranquilizó.
Llegó mi turno.
Entro en la sala, y un hombre enmascarillado me manda quitarme zapatos y calcetines, subirme el pantalón y tumbarme en una camilla. Antes de continuar hago un llamamiento por si hay entre los lectores alguno de los que se enmascarillan en los quirófanos: Frenad las camillas. Cierto es que no soy muy habilidoso, pero si enciman no le traban las ruedas a la camilla al
hacer el esfuerzo de salta encima, la camilla se mueve y se corre un riesgo real de partirse los riñones contra las escaleritas de metal que te ponen para subir. Además yo que soy duro de oído hice lo que me dijo el hombre pero no en el mismo orden, primero me subí, una vez que estaba boca arriba empecé a mover cual tortuga panza arriba intentando quitarme zapatos y calcetines. Es lo que tienen los nervios, que te hacen comportarte como todo un tonto profesional.
El enmascarillado se acercó a mi, me puso como una especie de cortina para que no me viera el pie.
- Ahora te pondré la anestesia. (Mira ahora me va a retransmitir la operación, espero que no sea como los partidos de la Sexta)
- Bueno. – Creo que no esperaba mi bendición para empezar.
Al momento de pincharme escuche un crack, un “mierda” y se me mojó el pie. Cuando estas tumbado en una camilla en un quirófano nadie nunca debería escuchar un “mierda” del médico que tiene que operarlo.
- Se me ha roto la aguja de la anestesia, ahora te pondré otra.
Segundo intento de ponerme la anestesia y un segundo “mierda”.
Escuchar uno es malo, escuchar dos es para decirle que prefieres ir al veterinario.
- Se ha vuelto a romper la aguja, pero me parece que ahora ha entrado más.
Señores enmascarillados quiten de su vocabulario la frase “me parece” en ese momento una persona empeñaría el piso por un poco de seguridad y “me parece” transmite la misma seguridad que un mono barbero afeitando con una katana.
Esperamos diez minutos:
- Vamos a comenzar, si te duele me lo dices.
Clavo el bisturí, escalpelo, cuchillo jamonero...
- AAAAAAHDUELEDUELEDUELEAAAAAHDUELEDUELE
- Bueno pondremos un poco más de anestesia.
Ahora cualquiera podría decir que palabra vino después del tercer intento anestesístico. Exacto el tercer “mierda”. El pie me chorreaba anestesia, a todo esto gracias que no era cloroformo porque si no tendría un cirujano tumbado a mis pies.
- Vamos a seguir. Si te duele avisa.
-AAAAAAAAAAAAAAH
-Ahora no puedo parar. Esto va a durar diez minutos.¿Quieres algo para moder?
- Eing?
-Manolo ven y cógele de los hombros
Apareció enmascarillado dos y me cogio por los hombros como si quisiera unirme a la camilla de forma indisoluble. Lo siguiente que sentí fue un dolor, uno solo, un dolor de esos que te sube por toda la columna tensandola como si fuera a tocar un solo de violín. Si hubiera podido pensar hubiera acusado a la madre del cirujano de comerciar con su cuerpo o algún otro improperio del todo innecesario e injusto hacia sus familiares, pero en ese momento el cerebro está disfrutando del glorioso momento de liberación de endorfinas provocadas por un dolor intenso. No hay sitio para pensar, bueno miento, solo se piensa en “DUEEEEELEEEEEE!!!!!”.
No grité y solo solté una lágrima. Cuando uno llora en plan anime, con ríos de lágrimas resbalando por las mejillas, no es preocupante.
Pero si ves a alguien con la mandíbula tensa y suelta una lagrima gorda como una naranja entonces te puede empezar a dar pena.
Cuando noté que cosía dolía pero sentí un alivio. Salí andando del quirófano (para qué darme una silla de ruedas). Le di un nuevo sentido a eso de estar pálido, desde ese momento yo creo que sale mi foto en la definición. No quise dar explicaciones y salimos a la calle, fui incapaz de dar más de dos pasos y acabe dentro de un taxi. Lo bueno de todo esto es que no tuve problemas cuando se me fue el efecto de la anestesia, como no me pusieron.