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05 febrero 2013

Mi visita a Suiza Parte I

He cambiado de trabajo. Tenía un buen compañero que decía que hay dos tipos de personas: los seguros y los libres y que yo era del tipo de los seguros, amantes de su rutina, quien soy yo para llevarle la contraria. Reafirmando su teoría decidirme a cambiar de trabajo me costó mis buenos días de desarreglos intestinales pre y post decisión. No ayudó a tranquilizarme el que me dijeran que la primera semana me tenía que ir a Suiza, busqué la calle en Barcelona pero me dijeron que no, que era el pais de los chocolates con nata arriba.

Preparé el viaje como si me fuera a ir a la Antartida a investigar el deshielo de los polos, cogí hasta unas gafas de repuesto por si las moscas. Vamos que no me clone para tener un David de repuesto porque no tenía a mano la tecnología.

Mi intención era dar una imagen lo más profesional posible: traje, corbata, mirada de George Clooney comprando cafe, abrigo en el brazo. Como llegué al aeropuerto con tiempo como para que montaran el avión como si fuera un mueble del Ikea me fui a uno de esos bares de desayunos de plastico. Me cogí un zumo (+1 en persona saludable) un sandwiche de pavo (+1 en persona ocupada) y un cafe. Abrigo en eel brazo, cartera de mano, bandeja con todo lo anterior no es la mejor combinación si solo tienes dos brazos así que decidí lanzar el zumo por encima de la mesa mientras llegaba. De todas formas tampoco tenía tantas ganas de zumo.

Volaba con EasyJet, una compañia que se ve que para vuelos cortos utiliza autobuses modificados, vaya una carraca de avión. Las azafatas tenían ese aire de mujer de plastiquete que te mira sin verte. En un perfecto francés me dieron las instrucciones para salvarme en caso de accidente y pasaron a intentar venderme algunos productos estos ya si en varios idiomas.

Llegue a Ginebra sin mas percances y fui a coger el tren. La estación de tren estaba tan concurrida como si fuera un escenario de pelicula apocaliptica. Nadie en los andenes, solo un tres y a lo lejos un hombre con gorrica de operario ferroviario. Mi maleta que contenía todo tipo de cosas duplicadas por si las moscas tenía el peso de un hipopotamo mediano. Arrastrandola llegué a donde el hombre:

- Excuse me sir, Is this the train to Morges?
- Excuse moi
- Train Morges
- Morges
- Train
- Oui

Perfecto, sin saber bien bien a que me estaba contestando me subi al tren.

Morges es un pueblo bastante bonico a orillas del lago Leman, que como los suizos son asi como de no pelear la mitad del lago es suizo y la otra mitad frances.

Morges en enero es frio. Es frio como para que el Yeti se busque una rebequita. Como si el frio no fuera suficiente al poco de estar por esas tierras comenzó a nevar. La primera nevada de la temporada me dijeron. "Pues ahora que he llegado yo esperate que no sea la mas fuerte de los ultimos cincuenta años". La nieve es muy bonita. Cuando un manto de nieve empieza a cubrir los tejados del pueblo y suaves copos de algodon caen danzando empujados por un suave viento como no queriendo llegar al suelo. Los colores son más intensos y todo parece más silencioso, más puro. Es como si la vida se parara a ver como todo queda acolchado, es como si te fueras a matar cuando se congela el suelo y cada paso que vas parece que estes haciendo un homenaje al nacimiento de bambi, como si no hubiera bufanda suficiente para taparte la cara que se te corta cuando el viento te da en la cara. No hay quien te cubra de la nieve que cae en todas las direcciones y al rato parece que salgas de rodar La Cosa. La gente huye a sus casas, pero yo al no tener me resistía a meterme en el hotel a las seis de la tarde, pero una vez más la vida doblegó mi voluntad.

Dejaré para el próximo escrito mis relaciones con los lugareños.

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