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23 marzo 2009

De desportero

Hay veces que un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer. Hay fuerzas en la naturaleza que desconocemos, que mueven algo dentro, algo irracional, algo contra lo que no se puede luchar. Esto me sucedió el viernes por la tarde.
Confluyeron en la misma tarde tres cosas con la sutileza de tres puercos corriendo por una plancha de acero electrificada:
1. Me quede solo en casa
2. En tres días vendrían unos señores a cambiarnos las puertas de casa (en adelante llamados porteros)
3. Encontré mi destornillador electrico.
Mi padre me había dicho que las puertas viejas le irían bien para montar "mesas de exterior" en el terrenillo del que ya he hablado con anterioridad. Así que ate cabos, sume dos y dos, blanco y en botella, las puertas no se tenían que tirar, tenía un destornillador en mis manos, estaba solo... 
El mecanismo de la puerta tiene la complicación del mecanismo de un chupete, en principio. 
Me acerque a la puerta del despacho y desatornille todas las bisagras, una puerta corriente suele tener una vida bastante aburrida, ve poco mundo, es un claro ejemplo de vida sedentaría. La puerta al verse liberada de sus grilletes tuvo un momento de incredulidad, siguió agarrada a la puerta por la fuerza más potente del universo, la rutina. Vencidas estas primeras reticencias la puerta lo tenía claro, lo primero dejarme fuera de combate y luego huir. La puerta se avalanzó sobre mí golpeandome en la cabeza y luego emprendió la huida con toda la velocidad y precisión que puede tener alguien sin piernas ni brazos.
NOTA MENTAL: Cuando los cuerpos pierden sujección la gravedad reclama protagonismo y provoca que se precipiten. Dos opciones: 1. me aparto 2. lo paro con algo que no sea la cabeza.
Tras aprender de mis errores, fui desmontando el resto de puertas, quitandoles las manetas, quitando eso que se mete y mantiene la puerta cerrada, quitandoselo todo más por saña por su primer ataque que por necesidad. En una hora larga todas las puertas estaban descolgadas, desmontadas y apoyadas en la pared del comedor.
Todas las puertas. Incluida la del lavabo.
Aprovechando que todavía le quedaba batería al destornillador desmonté el escritorio, una estantería y alguna que otra cosilla más.
Al llegar la noche llegó mi mujer a casa:
- Anda, has quitado las puertas
- SI!!! - sin poder disimular mi orgullo desmontador.
- ¿Has quitado la del baño? - Cuando pone ese tono y pregunta cosas evidentes me empiezo a preocupar
- SI?
- Y si viene alguien y tiene que ir al baño? Y si tengo que ir al baño y estan los carpinteros? Pero que falta hacía quitar la puerta del baño.
- Yoooo... ha sido el destornillador que tenía tanta batería...
El colofón de todo sucedió ayer, cuando por la noche, hablando con los porteros me dijeron que en el peor de los casos se iban a retrasar una semana.
Una semana con el piso convertido en un loft, sin puerta en el baño, como me ha dicho un amigo el primer trono indoor con vistas.
No es por desesperar a mi mujer pero esto sólo ha sido el comienzo todavía tengo muchas más oportunidades para liarla, todavía tengo que montar el nuevo despacho ;) Atentos al blog que vendrán noticias nuevas

18 marzo 2009

De traslados

Hace unos pocos días tuve el placer de participar en un traslado. Una amiga se cambiaba de casa y nos pidió a varios si podíamos ayudarle.

Los paquetes que componen un traslado los podemos dividir en tres grandes grupos:

  1. Montañas de maderas: Previo al día del traslado se han desmontado todos los muebles, convirtiéndolo todo en lo más parecido a una pesadilla del señor Ikea. En un principio siempre se intenta mantener un orden, pero cuando desmontas un mueble cualesquiera se descubre que su volumen desmontado es mayor que montado, así que las tablas de las estanterías se comienzan a mezclar con las mesas y los tornillos comienzan su peregrinaje hacia los rincones más oscuros. ¿Qué oscuras fuerzas hacen que el tornillo al llegar al suelo ruede hasta el punto más alejado y oscuro?

  2. Cajas: Cuando uno se marcha coge su vida, la divide en cómodos plazos y lo mete en cajas de Lejía Conejo. Cuando lo empaca (o emfrancisca para cuando no hay confianza) el precinto es eso de lo que se dice: “¿Quién tenía que comprar el precinto?” Así que se acaban cerrando las cajas con celo, cuerdas, cinta aislante, calcetines, las cuerdas de las persianas (claro como te vas del piso el que venga más le vale ser un vampiro)

    Con toda la buena voluntad del mundo en algunas cajas se apunta cosas como “Frágil” esperando que la gravedad sea benevolente con esa caja. No es de extrañar que esa caja se maneje con mucho cuidado, se deposite suavemente en el suelo para que pueda llegar la caja rotulada “Libros y Juego de Petanca” para ponerse junto encima.

    Cuando las cajas de Lejía Conejo se acaban, se pasa a los capazos de mimbre. Un capazo de mimbre solo sirve para mudanzas, tengo uno en casa que creo que en la vida ha pisado un super, eso sí en la mudanza como un campeón se pegó un par de buenos viajes. ¿Nadie ha pensado que algo cuyas asas se pondrían usar para torturar las manos de un armador de barcos vikingo posiblemente no sea lo mejor para cargar peso?

  3. Electrodomésticos: Ver la lavadora en un traslado, es como ver al maligno. Tu la miras y se te encoge el estomago. Yo entiendo que si no le pusieran la losa esa que lleva dentro la lavadora al centrifugar parecía un hooligan borracho en un concierto de Bisbal, pero señores fabricantes ¿No podrían hacer que se pudiera quitar?
Cuando se inventaron estos trastos la movilidad era la última de las prioridades, eso estaban pensando que en el futuro se amaestrarían a orangutanes para que las movieran.

Todos los cantos cortan, los que no cortan resbalan, cuando no resbala es que es un adorno y se rompe. Cuando lo levantas pierde agua y cuando lo bajas siempre te pilla un pie.

No caben en los ascensores, en caso de que los haya. Por eso que esto siempre se mueve a fuerza de golpes de adrenalina. Esto es: se dan tres pasos cuando estás a punto de soltarlo sueltas un “esto lo subo yo por mis … narices” subidón de adrenalina, bajón de adrenalina, ganas de soltarlo, mirar al numero del piso y pensar: “solo quedan 5 pisos”, subidón de adrenalina, tres pasos más y vuelta a comenzar.

En esta mudanza en particular nos juntamos dos grupos la familia de él y los amigos de ella. Primero comenzamos los amigos de ella desmontando el piso, me tocó ayudar a bajar la tele. Madre mia lo que pesa la tele, pero si parece que más que una tele sea un teatrillo de marionetas y se hayan quedado dentro los titiriteros.

Cuando sentía que se me alongaban los brazos hasta el punto de poder atarme los zapatos sin necesidad de agacharme llegaron la familia del chaval.

De pronto una sombra se cernió sobre nosotros. “Mira un eclipse” pensé cuando me giré vi un cuerpo y sobre el cuerpo una cabeza. Había un negro, perdón afroamericano bueno de americano no tenía nada así que lo dejaremos en afro. El buen hombre me sacaba la cabeza y lo habían hecho como previendo que algún día tendría que dar tortas como panes. Era familia del chaval (que es nigeriano) y su familia nigeriana también era un portento de la naturaleza.

Ayude a uno de ellos, de nombre irreproducible, a subir una mesa y por un momento tentado estuve de sentarme y que me llevara a mi también.

Un traslado es como cuando te quitan una muela, duele cuando te la quitan, te duele al cabo de un rato y si no te tomas algo te duele varios días después. En lo que dependa de mí prefiero quemar los muebles antes que moverlos.