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17 enero 2006

Y España se libro de tenerme como recluta

Ahora ser soldado es una profesión más pero hace un tiempo era un deber patrio, cuando todavía eras un crío te llegaba una carta con el escudo de España y como remitente el ministerio del interior. En mi caso, como no podía ser de otra forma todo esto se desarrollo de la forma más complicada posible.

La primera reacción es coger el sobre, y sin abrirlo se hace una reunión familiar a su alrededor, la idea de esto vendría a ser a ver si se consigue hacerlo desaparecer con el poder de la mente, pero como el sobre se empeña en mantener su estado sólido lo acabo abriendo. Yo me esperaba algo como en las películas americanas, exaltación del valor patrio, la necesidad del país de jóvenes valientes. Pero no es así, el mismo que redacta las cartas de incorporación a filas se debe encargar de la notificación de fechas para el pago de impuestos y de embargos. Nunca antes cuatro líneas de carta habían provocado tantas reacciones.
Una cosa tenía clara, yo no quería ser militar, así que me fui al gobierno civil para pedir los papeles para ser objetor de conciencia. Pero entre los nervios y mi poca cabeza me metí por error en el gobierno militar.
En la puerta había dos militares con cacerolas en la cabeza, de esos que ni te miran, frente a dos casetas, aunque más bien parecían dos tipis diseñados por robocop. Al entrar me encontré con el que debería ser el recepcionista típico, otro militar vestido con el traje verde de camuflaje y con otra cacerola en la cabeza. Aquí el primer despropósito, ¿donde va vestido de camuflaje en una oficina? Pero bueno, como un hombre que está condenado a sufrir alopecia precoz por culpa de la cacerola de su cabeza ya impone bastante respeto, con mis mejores modales me acerqué a el y le dije:
- Buenos días, mire es que yo, yo venía, me han dicho que viniera aquí, he venido porque aquí me han dicho.
- QUE QUIERE? – Y esto mirándome como si yo fuera Macario y detrás mío estuviera el que realmente está hablando.
- Bueno pues yo no quiero ser militar – Ya lo he dicho
- ¿Es usted recluta?
Si en vez de una pregunta hubiera sido una afirmación allí mismo me embarcaba a Melilla. Pero en ese momento era como si todas las ideas me hubieran dicho “Mejor te dejamos solo ahora que estamos ocupadas” Desde fuera era posible oír los engranajes de mi cerebro buscando una respuesta, al final llegué a la conclusión de que recluta era desde el momento de recibir la carta
- Sí soy recluta desde hace unos días.
- Espere un momento
Esperé un momento, sin sentarme y aprovechando que había perdido el control de mis rodillas me quede tieso como tuviera un palo en la espalda. Al rato bajo un hombre más mayor y este ya no llevaban una cacerola sino un plato en la cabeza. Cuando se puso delante mío lo máximo que acerté a decir fue un “hola”.
- Cuádrese soldado – dijo el de la cacerola
Ahora ya no me veía en Melilla, ahora en mi mente ya estaba en Chafarinas pero preso
- Yo soy civil – Recogí todos los trozos de valor que me quedaban y los gasté para decir la frase esta
- Pero si dijo que era recluta – El de la cacerola insistía en lo de recluta
- Soy civil – Me empezaba a gustar esta frase
- Aclárese – dijo el del plato
- Civil, seguro (al menos hasta que entré aquí). Yo lo que quiero es ser objetor de conciencia
- Pues tiene que ir al gobierno civil que está enfrente.
Y se fue el del plato, el de la cacerola se puso a sus cosas. Ahí descubrí mi superpoder, era capaz de desaparecer. Volví a salir intentando mantener el equilibrio y me metí en el gobierno civil.
Aquí rellene todos los papeles lo mejor que supe, pero como nunca he sabido demasiado al final me acabaron llamando a filas. Entonces hice rueda por todos los médicos buscando que alegar y conseguí tener una bonita lista, desde pies planos, gafas y un par de desmayos que había tenido no hacia mucho.
Fueron estos desmayos lo que más les gustó porque al poco tiempo me llamaron del Hospital Militar para pasar una revisión.
Al llegar me equivoqué de grupo y me metí con un grupo de militares lesionados, como ponía “Reclutas Derecha”, lo primero que hicieron fue darme una bolsita con un plátano, una naranja y yogur. “Pues no está tan mal esto de ser militar” pero me lo quitaron en seguida.
Un medico militar me llamó a su consulta, me sentó en un sillón que estaba sobre una plataforma, al poco de sentarme pasó una cinta por mi pecho y me ató al asiento.
- Ahora chaval vamos a comprobar como te van los mareos, vamos ha hacer girar el asiento una vez y me señalas a la luz y la puerta.
Giró una vez y yo señalé la luz y la puerta, así dos veces, tres, cuatro.
- Bueno ahora la haremos girar más rápido vale.
Un poco más rápido si que fue, hay lavadoras que centrifugan más despacio. Yo pensaba que la ropa me iba a salir disparada junto con algún que otro órgano vital, el sillón paró en seco pero como nadie aviso mi cabeza siguió dando vueltas, cuando me preguntaron donde estaba la luz y la puerta estuve a punto de decir que la única luz que veía era la de un tunel muy largo.
Sin compasión me metieron en una maquina de esas de audiometría para saber que tal estaba de sordo, me dijeron que cuando oyeran un pitido pulsara el botón del lado por donde lo oyera. El caso es que yo me esperaba un pitido del tipo “PIP” cuando escuche un “PIII” flojito pense que era una interferencia, como la máquina era muy antigua, después fue subiendo de volumen y mucho más largo “PIIIIIIIII” la verdad que era bastante incomodo, el militar salió y me dijo “¿Qué no has escuchado el pitido?” y respondí “¿Qué pitido?” Después de esto me sacó de la máquina y a los pocos mese me llegó una carta donde se me declaraba inútil creo que hasta para la vida civil.

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