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28 abril 2008

Olor

Vas en el metro, vas despistado con la vista en el infinito (el infinito en el metro tiene la distancia de dos metros, distancia que te separa del que tienes sentado delante siendo su cara la puerta hacia el abismo) y de pronto viene. Viene "el olor" es el olor del trabajo, el olor del esfuerzo, el olor de quien lleva el pan a casa, es un tufo que tira para atrás, un olor nauseabundo que además te hace saber que tu cerebro tiene memoria olfativa con lo que no te lo sacarás de ahí ni que cosas un vote de Vicksvaporus (viva!!!... lo siento tenia que escribirlo) bajo tus fosas olfativas.

Miras al dueño de ese olor, sin saber si poner cara de mala leche o cara de pena implorando que reparta su presencia por todos los vagones o que se baje en la siguiente estación, que haga lo que le de la gana pero que se separe de tí. Al verlo te das cuenta de que el aura existe, no se ve pero se huele, es más su aura ocupa espacio porque la gente que está alrededor de este buen hombre se aparta para que su aura tenga espacio suficiente.

Todo esto sirva de introducción para decir que el otro día conocí al papa de ese olor. Cualquier olor sufrido hasta ahora no tiene nada que ver con lo que olí el otro día.

Estaba yo en el banco del vestuario del gimnasio, estaba en uno de esos momentos en que el tiempo vuela a tu alrededor pero mis gestos eran leeentos. De pronto me llegó un olor como si acabaran de abrir un bote de pintura de cuando le dieron la primera mano al Escorial. A mi lado un hombre, o lo que quedaba de él, estaba doloriendose de sus músculos mientras se descalzaba unas deportivas extrañas. Momentos más tarde apareció otro hombre, un despojo humano, con andares desgarbados empapado en sudor y se quitó una zapatilla igual de extraña que mi nuevo amigo. Era un olor como para acabar con la poesía. Estaban sentados uno a cada lado.

Un tercer hombre asomó por el pasillo, venía con la camiseta como si hubiera estado compitiendo en un concurso de camisetas mojadas, pero su cara era como si el concurso hubiera sido de comer ortigas. Calzado con las mismas botas. Me levanté temiendo por mi vida. Otro más y me hubiera desmayado ahí mismo... pero no me dió tiempo a irme cuando se quitó las dos zapatillas de golpe al tocar con su cuelo el banco de enfrente. "Si es una pesadilla ahora tocaría despertarse". Sentí como la vida abandonaba mi cuerpo, es imposible pensar. El olor llena todas tus sinapsis y se duerme hasta el instinto de supervivencia.

Tentado estuve de taparme las fosas nasales con mis propios calcetines de deporte. No bien acabé de ponerme los zapatos me levanté y oí como el primero le decía a sus compadres odoríficos: "Ha sido dura la clase de spinning hoy". Tentado estuve de preguntarle si no había muerto nadie.

Señor Dir aqui le dejo una sugerencia: cree tres vestuarios hombres, mujeres y spinning. Creo que he perdido años de mi vida y lo que ha pasado en Ascó no es ni comparable con lo que sufrimos ese día...

1 comentario:

Oskar dijo...

Tengo un compañero de trabajo al que le huelen los pies (o todo el cuerpo) de una forma impresionante. Según sale del vestuario hay que usar el bote que tenemos para los zapatos de la bolera, uno que se llama "aire sano" (o algo así) y que supuestamente purifica y mata bacterias.
Lo peor es cuando tienes que trabajar al lado suyo...