Admiro a la gente que, mientras todo cambia a su alrededor, ellos se quedan con la vista al frente, los dientes prietos y a soportar lo que venga. Yo no soy de esos. Cada vez que hay cambio de trabajo, proyecto o situación personal se repite la misma situación:
- Parece que he comido algo que me ha sentado mal
- No serán los nervios
- No creo porque yo estoy tranquilo – Mi apariencia es como la de un buey que ha estado abusando del diazepam.
- ¿Has comido cacahuetes? – Me encantan los cacahuetes pero me sientan como si fueran guindillas
- Unos pocos
- Mira que te he dicho que por la noche no comas cacahuetes – si de cacahuetes hablamos la noche para mi comienza a las 15h. Todo lo que sea comerlos después de esa hora me sienta mal.
Tras esta conversación suelen venir carreras al lavabo, dolores como si fuera a echar los cacahuetes a patadas y un par de días malos.
Hace poco me notificaron que me enviaban a un proyecto nuevo y encima donde sólo se habla ingles. El resultado: como si me hubiera comido un kilo de cacahuetes fritos con aceite de colza.
El domingo comenzó con un par de carreras y amenazaba a que no iban a ser las únicas, así que me tocó hacer bondad hasta la tarde cuando ya comencé a recuperarme. Me recuperé lo suficiente como para darme de que los zapatos que tenía para ir con pantalón de pinzas eran botines. Ir con botines con el calor que hacía era como ir con una rebequita a la playa, así que convencí a mi mujer para ir a una zapatería (Cosa que no es muy difícil, a ella no le cuesta ir a zapaterías. Hay un complot zapatomasonico para que los zapatos solo combinen con un vestido en particular con lo que hay una necesidad eterna de comprar zapatos de mujer). Pese a ser domingo las zapaterías abrían porque el primer día de rebajas.
Me compré unos zapatos bonicos porque sí. Linea italiana, piel genuina, marrón oscuro.
Lunes por la mañana.
Me levanto media hora antes de que suene el despertador. La barriga controlada. Me pongo mi pantalón de pinzas, mi mejor camisa, me anudo la corbata, desato la corbata y hago el nudo otra vez, a la tercera me queda bien. Desayuno mi minibocata de queso, me tomo mi café. Me calzó mis zapatos. Parece que duelen un poco, “La piel cederá” me dijo la dependienta. Te podrías comprar un traje de buzo de hierro y te dirían lo mismo.
Salgo a la calle y los zapatos duelen un poco más. Tras dar dos pasos pierdo pie, como si estirarán del pie como una cuerda lanzó el pie hacia delante en un resbalón de esos que servirían para ilustrar un diccionario y caigo al suelo como si quisiera partir nueces con el culo. Mi primer pensamiento: “A que he pisado una mierda y encima me he sentado encima” Pero no había ninguna bajo de mi, solo que la suela del zapato era de cuero y parecía como si la hubieran limpiado con aceite.
Entre la vergüenza y el dolor de culo di un par de pasos acelerados intentando salir del ángulo de visión de posibles espectadores y se me olvidó cuidar como pisaba para no provocarme rozaduras. Tarde. Unos metros abajo las rozaduras fueron ampollas y las ampollas heridas sangrantes. Llegué al metro como pude caminando como si a Chiquito le hubiera entrado un apretón.
Consigo llegar a la empresa. Me siento en el despacho del jefe y oigo dentro de mí un GRAURGLGLGLGROUMOMOMMOMMOUM, las tripas estaban despertando. Tal como tenía los pies no podía correr al baño. La opción del orinal estaba descartada. A riesgo de que fuera lo último que hiciera dentro de la empresa me quitaría los zapatos a lo Chambao y saldría corriendo. Pero conseguí controlarlo con un poder mental tan bestia que me estoy planteando dar clases de “Controla tus tripas”.
El jefe me explica cuatro cosas y me dice “Ven que te presento a parte del equipo” Sale al pasillo ágilmente y yo lo sigo todo lo rápido que puedo, viendo como estaba en ese momento mi poder era escaso. Estaba por un lado intentando caminar de forma que los zapatos me rozaran lo menos posible pero que además me permitiera controlar las tripas pero sin apoyarme mucho en la pierna que había salido peor parada de sentada popular a la puerta de mi casa.
Cuando llegué al pasillo solo habían puertas cerradas de despachos y no era plan de ir picando a todas las puertas diciendo “¿Dónde estaaas?” Me quedé parado en el pasillo como niño que se ha perdido en el Carrefour esperando que vinieran a por mi. Al poco rato apareció de un despacho la cabeza de mi jefe con cara de preocupación, me acerqué a el con una ostensible cojera por dolor pero también para que se diera cuenta de los motivos de mi extraordinaria agilidad.
No me echaron, mi me devolvieron a mi empresa, todavía sigo por aquí diciendo barbaridades en inglés.
1 comentario:
Jeje como siempre me he reído mucho. Aunque lamento que lo pasaras mal, pero siempre consigues salir adelante. Ánimo
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